Querido Anónimo:
La luna llena brillaba en todo su esplendor, reclamando su
atención en aquella cálida noche de verano. Su luz se colaba por las ventanas
de las casas, entraba a los cuartos de los niños y los arropaba en su sueño,
alejando así a todos los monstruos que pudieran esconderse en la oscuridad.
Inundaba las calles y los parques desiertos, y silenciosamente se abría paso
por los callejones, iluminando hasta el último rincón. Sólo parecía haber un
sitio donde su luz no podía llegar. En una calle de un pequeño pueblo, en lo
alto del tejado de una casa cualquiera, estaba sentado un chico sumergido en la
más profunda de las tinieblas. Puede ser por esa oscuridad que lo envolvía y
que no permitía verlo bien, que al principio pareciese que se trataba de
alguien mayor y completamente abatido, como si el simple hecho de respirar le
costase terriblemente, pero en realidad era un joven inusualmente alegre y
lleno de vitalidad.
Sin embargo, cada día al ponerse el sol por el horizonte,
la luz que se pegaba al chico como si a él perteneciese, iba desapareciendo
poco a poco para dar paso a una negrura que persistía en cubrirle de los pies a
la cabeza. Por eso el chico, incapaz de pegar ojo, subía a los tejados y
deambulaba por ellos con la esperanza de que la luz de la luna hiciese
desaparecer al menos un poco de su oscuridad. Andaba y andaba buscando la luz
hasta que los pies le dolían y no podía dar ni un paso más, hasta que sus ojos
eran vencidos por la gravedad, y la fatiga se apoderaba de su cuerpo, y
entonces caía rendido en cualquier tejado, completamente oculto por las
sombras. El chico, incansable, repetía el mismo proceso todas las noches, pues
no soportaba que su preciada luz se esfumase, dejándolo a merced de las
sombras. Pero el resultado siempre era el mismo. Por más que andaba, y por más
que buscaba la luz, el cansancio siempre lo inundaba antes de alcanzarla, y lo
hacía caer presa de la desesperación, creyendo que nunca podría recuperar su
ansiada luz.
Hasta que llegaba el alba, y con él los primeros rayos de sol, que
corrían a reunirse con el chico, alejando toda la oscuridad de él. Y entonces dejaba
de parecer mayor y abatido, para volver a ser el chico inusualmente alegre, que parecía tener luz propia y que todo el mundo
adoraba. Lo que ellos no sabían, es que cada noche, cuando el sol se ponía, su
luz se desvanecía y quedaba envuelto por una oscuridad capaz de asustar al más valiente, y que el feliz chico, sucumbía a la angustia y avanzaba torpemente
intentando alcanzar una luz, que supuestamente, ya era suya.
Ya sea que estés en el mejor de tus momentos, o que sientas
que las cosas no pueden ir peor, recuerda: “Luz y oscuridad, vida y muerte son
simplemente dos partes inseparables de la vida. Sin la oscuridad no
conoceríamos la luz y sin la maldad no conoceríamos la bondad. Lo bueno y lo
malo van de la mano, no se los puede separar.”
GROSSES BISES |
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